El Extraño

El camino era largo. A lo lejos, se veían las montañas repletas de nieve. El sol había bajado y los cuerpos se enfriaban, de poco a poco. Se venía una noche difícil, pero a pesar de todo seguían caminando.

Max le colocó su abrigo a María sobre los hombros y se lo acomodó, aunque su camisa estuviera húmeda por el rocío. El viento soplaba y traía aromas de sal, pero aun así seguían adelante. La tormenta los obligó a detenerse debajo de unos árboles tupidos, y con un cuero viejo como único abrigo, descansaron un rato.

La fiebre no cedía, pero la esperanza aún continuaba dentro suyo. Sabía que esa noche era difícil, pero si lograban llegar al amanecer, María podía mejorar.

La tormenta fue debilitándola de a poco. De repente, Max sintió que algo lo llamaba. Se levantó y fue hacia la orilla del lago. Un hombre estaba pescando. Se dio vuelta al escuchar sus pasos y lo miró. “Tranquilo”, le dijo, “mañana estará mejor”. Cuando se volvió hacia María para mirarla, el hombre había desaparecido.

La acomodó en la carreta y la arropó. La fiebre comenzaba a ceder. Un rayo bajó de repente y cortó en dos la cruz de madera que llevaba detrás de la caja. Se detuvo y miró hacia atrás. Ya no llovía. María, abrió los ojos y sonrió “¡Buenos días!”, le dijo. Saltó de la carreta y fue a su lado. Ya sin fiebre, se levantó y lo abrazó.

El sol se asomaba detrás de las montañas, el camino era largo, pero llegarían pronto. Detrás de unos árboles tupidos se asomaba el sombrero marrón del hombre que pescaba. Con un ademán extraño, dejó que pasaran a su lado. Él, levantó la mano y les dijo “adiós”.


   – Escrito por: Silvia M. Vázquez

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